"Algunos días recibía a tantos soldados que acababa derramando sangre y al borde del desmayo", rememora la anciana en un testimonio recogido, junto con los de otras muchas víctimas, por una asociación surcoreana para preservar su memoria y su lucha.
Ni Gil ni sus compañeras recibían salario en el burdel militar, donde recibían frecuentes palizas de los prebostes japoneses y de militares irritados o bebidos.
Tras negar durante años el sistema de esclavitud sexual militar, Tokio lo reconoció y se excusó en 1993 cuando salieron a la luz pruebas claras, aunque Seúl mantiene que aquellas disculpas no fueron sinceras y reclama unas indemnizaciones a las víctimas que el Gobierno nipón se niega a pagar.
No existe, sin embargo, compensación material que pueda borrar las huellas -perpetuadas en siniestras cicatrices sobre su piel- de aquellos años de horror, lamenta Gil Won-ok, cuya mayor cuita es no haber podido tener hijos biológicos por las secuelas de su etapa como "mujer de confort".
Con 15 años "adquirí una enfermedad (en el aparato reproductor) que me impedía servir a los soldados", por lo que los médicos japoneses "me practicaron cirugía y me esterilizaron", describe.
El Ejército japonés estableció en los años 30 un sistema de burdeles en su vasto Imperio al este de Asia y al inicio de la II Guerra Mundial comenzó el reclutamiento forzoso debido a la escasez de prostitutas y la necesidad de prevenir revueltas, enfermedades y violaciones de sus soldados.
"Ha habido abusos a mujeres en muchas guerras y en los campos de concentración de la Alemania nazi, pero éste es el único caso en la historia en el que un Gobierno creó un sistema de violaciones sistemáticas", explica a Efe Ahn Seon-mi, portavoz del Consejo Coreano para las Mujeres Víctimas de la Esclavitud Sexual.
Los actos de los miércoles frente a la embajada de Japón, más de mil desde 1990, congregan multitudes cuando un político nipón niega o justifica el sistema de esclavitud sexual como en el reciente caso del alcalde de Osaka, Toru Hashimoto, que definió a las víctimas como "una necesidad" de los "valientes soldados".
Declaraciones como éstas, afirma la portavoz, "causan un profundo dolor" a las supervivientes, de las cuales solo quedan 59 registradas, aunque se cree que hay muchas más que "trataron de ocultar su pasado" al regresar a Corea del Sur, explica, "por temor a ser consideradas sucias".
De hecho, su pasado como "mujer de confort" situó a Gil Won-ok al borde de la marginación tras su retorno a Corea en 1945, pero las carambolas de la vida pusieron en sus manos a un bebé sin hogar al que dedicó todos sus esfuerzos hasta observar entre lágrimas su graduación en la universidad.
Gil relata orgullosa que su hijo adoptivo, hoy un hombre de mediana edad, renunció a tener descendencia biológica para adoptar, cuidar y educar a un niño huérfano a partir del valiente ejemplo de su abuela.
Lo que sigue sin llegar, insiste la anciana, son las disculpas sinceras del Gobierno japonés a las víctimas, cuya avanzada edad las condena a morir cada año, cada mes, cada miércoles, sin ver cerradas sus heridas.
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