Cajeros automáticos para aprender a leer
fuente: yahoo.com
La riqueza de un país debería medirse por el nivel educacional de su población. ¿Cómo explotar los recursos naturales y desplegar servicios de alta calidad si la mayoría de los ciudadanos no sabe leer y escribir, o no entiende lo que lee? El analfabetismo funcional está conectado, además, con la pobreza y la criminalidad que agobian a no pocas regiones del mundo.
La necesidad de comprender bien cualquier texto nos asalta en episodios de la vida cotidiana, por ejemplo, en los cajeros automáticos. Imaginen cómo se sentirían si no entendieran lo que explica la pantalla. ¿Desconcierto? Y si precisan el dinero… ¿Pánico?
La Fundación BBVA Continental decidió sorprender a sus clientes en Perú para alertarlos sobre ese problema, que afecta a siete de cada 10 niños en ese país suramericano. Instaló entonces a un hombre virtual dentro de miles de cajeros automáticos. Cuando los usuarios llegaban a extraer el dinero, aparecía este hombrecillo detrás de la pantalla como un moderno genio de la lámpara.
Según el video publicado por BBVA en Youtube, la iniciativa ha alcanzado a 42.000 personas cada semana desde que comenzó a inicios de junio. Las donaciones de estos sorprendidos ciudadanos enriquecerán los fondos de "Leer es estar adelante", un programa conjunto entre ese banco multinacional y el gobierno peruano, cuyo objetivo es mejorar la comprensión de la lectura de los escolares entre tercer y sexto grado. Ese proyecto ha beneficiado a cerca de 70.000 niños, la mayoría de los cuales ya comprende lo que leen.
El analfabetismo funcional, entendido como la incapacidad para utilizar los conocimientos de lectura, escritura y cálculo en la vida cotidiana, golpea la población adulta de varios países de América Latina, fundamentalmente a las pequeñas naciones de Centroamérica, donde la cifra se mueve entre 15 por ciento en Costa Rica hasta más de la mitad en Guatemala. De acuerdo con un informe del Sistema de Información de Tendencias Educativas en América Latina (SITEAL), solo Argentina, Uruguay y Chile han logrado reducir esta proporción a menos del 10 por ciento de los adultos.
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